miércoles, 27 de noviembre de 2013



                                                                 EL FARO

Me acuerdo del primer día que mi hijo se montó en una barca. Bajábamos del faro, él se subió corriendo y fue a navegar un poco.
Tardaba demasiado, pero cuando estaba a punto de estallar de la preocupación, llegó él. Lo cogí en brazos y lo llevé al faro. Allí destapé el viejo piano y le enseñe a tocarlo.
  Iban pasando los años y cada vez mi hijo se hacía más grande igual que él barco que él tripulaba.
  Todos los días hacía lo mismo: bajaba las escaleras del faro, abría la puerta, iba por el camino hasta el muelle y allí abría el buzón con la esperanza de encontrar alguna carta suya. Cuando había alguna, sentía una gran felicidad y no dudaba en abrirla rápidamente.
  Pero hubo un tiempo, en el que no tenía la suficiente fuerza para levantarme de la cama y ir hasta el buzón. Las cartas se acumulaban y algunas estaban en el suelo tiradas. Fue entonces cuando llegó él. Traía un enorme barco. Se sorprendió que no hubiera salido a darle la bienvenida y que todas las cartas estuvieran tiradas en el suelo. Entró en la habitación. Me cogió y me llevó hasta el piano. Allí me sentó con cuidado y me apoyé junto a él. Los dos empezamos a tocar el piano pero no duró. Me caí sobre él y allí, en el faro fallecí.

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